Formas de dominación (II) La dominación política (I)

La dominación política de unos hombres sobre otros es el tipo de subyugación más antigua que se presupone, también la más natural y, por tanto, la más antihumana por cuanto no es creación del hombre como tal sino de sus ancestros simiescos.

Si por algo ha destacado el ser humano ha sido por intentar desligarse de todas las ataduras con sus ancestros no-racionales sin embargo, a pesar de una lucha titánica mantenida a través de muchos milenios para liberarse de la tutela de los gerifaltes de turno, nos encontramos en la actualidad con que el poder del Estado, la nueva forma de dominación, va creciendo día a día a pesar de lo que nos quieren hacer creer en la actualidad los detentadores del nuevo liberalismo. El control del Estado sobre cada uno de nosotros es mucho más estrecho que hace unos pocos decenios incluso en plena dictadura franquista. El Estado nos controla, sigue nuestros pasos minuto a minuto a través de las más variadas tecnologías y la gran pesadilla de Orwell parece que está a punto de ser realidad, quizá se equivocara en algunos decenios pero eso, ¿qué importa? Lo más curioso del asunto es que tal cumplimiento está sucediendo en una época en la cual han desaparecido los regímenes estalinistas de Europa -quizá porque  ya no sea necesaria una opresión tan burda como los viejos gulags- y son precisamente los llamados democráticos los que están llevando a cabo este proceso aunque es probable que Orwell no considerara democráticos a este tipo de regímenes como hago yo mismo e intentaré demostrar más adelante.

Quizás el mayor problema que nos encontremos quienes sí queremos vivir en un sistema democrático -ya se sabe aquello de todo para el pueblo, por el pueblo y con el pueblo o ese otro mucho más radical: Libertad, Igualdad y Fraternidad- es que al simple ciudadano no le importa gran cosa el recorte de sus libertades en aras de eso que viene denominándose “seguridad” pero… ¿qué tipo de seguridad puede ofrecernos un Estado que se debate constantemente entre la bancarrota y la dictadura? ¿Lo vamos a vender todo en aras a una paz ficticia, una paz que a lo único que se asemeja es a la paz de los cementerios?

¿Qué paz, qué seguridad son éstas?

¿Y cómo hemos llegado a este punto?

¿Cuál fue nuestro punto de partida?

Tres puntos y muchas interrogaciones entre ellos.

A todo trataré de responder en este capítulo si bien no debo dejar de olvidar que el dominio político de unas personas sobre otras va normalmente acompañado de otro tipo de dominación que ayuda o confirma ésta pero es ésta, precisamente, la que más claramente se manifiesta a lo largo de la historia. También, según todos los indicios, la primera ya que, como acabo de señalar, es la que nos retrotrae a nuestros ancestros no-racionales pues el hombre, como casi todos los simios, es, naturalmente, un animal social y en todas las especies sociales se da una cierta jerarquía, más marcada en unos casos que en otros pero muy fuerte entre casi todos los primates y simios en general con las lógicas excepciones. Los estudios que se han hecho sobre babuinos, gorilas y demás así lo demuestran.

En todos ellos hay un macho dominante y, a su alrededor, un grupo de machos secundarios siempre dispuestos a restablecer el orden cuando hay algún alboroto y a ocupar el puesto del macho dominante en cuanto éste desaparezca o bien dé alguna muestra de debilidad. Por ello, éste siempre ha de estar alerta y manifestando, con cierta frecuencia, su superioridad sobre los demás. Cualquier estudio de un etólogo al respecto puede servir para ampliar este aspecto por lo cual paso adelante sin más preámbulos aunque sí confesando que no soy un etólogo.

Así pues, nos encontramos con los primeros grupos humanos, unos animales bastante extraños que caminan erguidos pero que corren poco, con unas mandíbulas y unas garras poco adecuadas para el ataque o la defensa pero con algo fundamental: un cerebro muy desarrollado y, casi con toda seguridad, un tipo de lenguaje que le permite la enseñanza de sus conocimientos a sus descendientes.

En este momento, la enseñanza no es un privilegio sino una necesidad social, se deben enseñar todos los adelantos para hacer más efectiva la supervivencia del grupo además de transmitir los transmitidos por las anteriores generaciones.

Y así, ante el pasmo de cualquier observador imparcial, aquel animal, en nada adaptado al medio, no sólo sobrevivió sino que fue más poderoso cuando menos adaptado estaba físicamente a las condiciones medioambientales, una rara avis que se expandía por todo el planeta superando todo tipo de dificultades geográficas, siempre en grupo, siempre con un macho dominante pero este macho era el más fuerte, era aquél que más le interesaba al grupo por sus características para la defensa del mismo y era un jefe que era derrocado cuando no servía para su cometido e, incluso, según apuntan varios antropólogos, puede que el jefe derrocado sirviera de alimento al resto de la tribu, teoría de la cual se aprovechó Freud para construir su, en muchos aspectos, admirable Tótem y tabú  si bien ha sido muy criticada en numerosos puntos por cuanto para otros estudiosos lo que querían hacer al comer al viejo jefe era asumir su poder, su fuerza, como si en su carne estuviera concentrada la capacidad de volver a ser como él, o sea, una especie de reencarnacionismo.

Eran otros tiempos. El hombre, aunque físicamente negase las teorías de Darwin, en realidad, estaba luchando contra todos. Dejó de ser un animal frugívoro para convertirse en omnívoro: las primeras carnes que ingiriera probablemente fuese carroña e insectos así como sería escaso el porcentaje de la misma en sus dietas, porcentaje que fue incrementando a medida que se alejaba de las regiones tropicales hacia otras en las cuales las frutas son más escasas en algunas temporadas del año. El ser humano ya tenía una serie de armas que le permitían defenderse con bastantes probabilidades de éxito frente a los grandes carnívoros incluso de forma individual pero, aun así, el hombre no se encontraba a gusto fuera del grupo, era a él a quien le debía su existencia, quien le defendía y alimentaba pues todo debería ser, más o menos, en común si bien es posible que el jefe fuese quien se llevase la mejor parte como suele suceder entre algunos carnívoros.

Y ya el jefe, a medida que las técnicas cinegéticas se fueron perfeccionando, no tenía por qué ser el más fuerte. Quizás aún, para elegirle, deberían luchar los machos entre sí y el vencedor quedaría como jefe pero éste debía mostrar ahora más inteligencia pues cazar animales más rápidos que el hombre y, en ocasiones, más fuertes requería más destreza que fuerza y, a partir de este momento, comenzó a valorarse la experiencia, ya los jefes no deberían temer servir de alimento a sus subordinados -si bien es posible que entonces naciera el rito de comer sus cerebros, rito que parece atestiguado por el ensanchamiento artificial del foramen magnun, el lugar por el cual el cráneo se une al cuello- y las institución comenzó a tener forma.

Primero fue una necesidad meramente defensiva, ahora lo era ofensiva.

En algún momento, sin que quizá nunca se llegue a conocer el por qué, a pesar de las muchas teorías avanzadas al efecto, la institución comenzó a hacerse hereditaria. Puede que, en un principio, se prefiriera como jefe a alguien emparentado más o menos directamente con el anterior aunque es seguro que habría disputas entre los diversos aspirantes como la ha habido hasta tiempos tan recientes que en España la última guerra carlista, o que, al menos, sus representantes se batieron todos juntos en el mismo bando contra los „otros“, terminó en 1939.

Más adelante, cuando muriera un jefe que hubiera dejado grato recuerdo, se podría llegar fácilmente a la conclusión que sus propios hijos eran las personas más adecuadas para sucederle y, evidentemente, en una hipotética lucha entre ellos era el mayor quien tenía mayores posibilidades de vencer -la eterna lucha entre Caín y Abel aunque de vez en cuando, podía aparecer un Jacob que triunfase sobre Esaú, es decir, la inteligencia sobre la fuerza bruta- y, en base a ello, se estableció con el tiempo el derecho de primogenitura si bien ya estamos en una época relativamente reciente y las diversas culturas han tenido sus propios métodos de elección del jefe, en teoría, más adecuado si bien éste siempre ha tendido a ser quien eligiera a su sucesor quizá para evitarse el ser comido en vida. De lo que no cabe duda es de que el hecho de creer que la capacidad para ser un buen jefe residía en la propia carne del mismo, bien pudo influir en el hecho de que, al ser conscientes los hombres de quiénes eran los hijos que traían al mundo sus mujeres, creyeran que éstos también podían tener en sus genes –claro que entonces no se sabía nada de genética y, en tiempos posteriores, se le dio el nombre de sangre azul para distinguirlos del resto de los mortales pero, según se ha podido comprobar empíricamente, su sangre era tan roja como la del resto de los humanos- la misma capacidad de sus padres.