La cojera del capitalismo

Según las teorías clásicas de la economía, una sociedad funciona, cual si fuera una persona, apoyada en dos piernas que serían el capital y el trabajo ambos igual de imprescindibles y de necesarios. No obstante hace ya bastantes años que parece como si una de las piernas fuera mucho más importante que la otra y así hemos conseguido una sociedad coja, una sociedad en crisis que, por el momento, es sólo económica pero que, muy probablemente, con el tiempo se convierta en total.

Porque es cierto que la sociedad es capaz de aguantar un palo tras otro sin apenas rechistar como está sucediendo actualmente pero llegará un momento en el cual haya demasiadas personas que no tienen nada que perder excepto el miedo y, cuando éste desaparezca, puede ser el caos porque en la actualidad no existen teorías que puedan encauzar el odio que, poco a poco, se está acumulando en las personas un poco al estilo de lo que sucediera durante el siglo XVIII francés porque, desengañémonos, los ilustrados, en líneas generales, no fueron el alba de una nueva época sino el ocaso del Antiguo Régimen. La mayor parte de sus representantes fueron partidarios, entre otras cosas, del llamado absolutismo ilustrado, aquél que proclamaba “todo para el pueblo, por el pueblo y sin el pueblo”, el hecho de que el pueblo pudiera participar en la toma de decisiones que les afectaban era tomado como algo fuera de lugar, contrario a las leyes prejuicio que, por cierto, heredaron los burgueses del XIX como se explicará en su momento.

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Claro que hubo excepciones a esta norma. Uno de los primeros y, cronológicamente fuera de la Ilustración, fue Hobbes [1581-1679]. Hoy día se le conoce más por su apología del estado absolutista pero, leyendo el Leviatán, se puede entresacar que, en un principio, el hombre era libre y que sólo la coacción de los más fuertes, bien que consentida al principio, es la que mantiene al hombre bajo su poder.

Una diferencia fundamental –aparte otras muchas que no son del caso ahora- entre Hobbes y Rousseau [1712-1778] es que, mientras aquél pensaba que ese contrato que se había establecido entre la sociedad y el rey era inamovible y perpetuo, el ginebrino creía que era reversible y que, incluso, podían cambiarse los términos del mismo e, incluso, escribió que, en realidad, el contrato no es, como en Hobbes, para que el soberano cuide de la seguridad de sus súbditos sino que era un contrato entre iguales, punto éste fundamental para salir de aquel sistema. Y muy utilizado por todos los revolucionarios liberales a partir de la Revolución Francesa.

Otras dos personas que influyeron en lo que, posteriormente, sería el orden burgués serían David Hume [1711-1776] y el barón de Montesquieu [1689-1775]. El primero se ocupó en profundidad del tema económico defendiendo el librecambismo contra los fisiócratas, propicios a una hipotética balanza de pagos siempre favorable. Del segundo se adoptó la teoría de la división o independencia de los tres poderes como si los tres emanaran de principios diferentes. Hay que recordar, no obstante, que el barón preconizaba este sistema para algunos tipos de sociedades a la vez que defendía que la democracia sólo era posible en ciudades-estado del estilo de la antigua Atenas mientras para otros estados más grandes, la aristocracia –como en la Inglaterra contemporánea- así como los grandes imperios necesitaban de la tiranía.

Pero ninguno de estos hombres ni otros tantos o más que puedo citar tenían una concepción del estado al estilo de que tuviera, siglo y medio después, Lenin. Ciertamente los revolucionarios franceses extrajeron un poco de cada uno así como también de los revolucionarios estadounidenses pero sólo, poco a poco, pudieron construir un modelo de estado que, eso sí, había reducido el “pueblo” de los ilustrados a las clases medias. Para los burgueses muy pronto el conjunto de jornaleros, pequeños agricultores, artesanos y resto de trabajadores por cuenta ajena fue la “vil chusma” aunque en aquellos años revolucionarios se les conociera, en un principio despectivamente, como sans culottes, es decir, aquellas personas que no podían permitirse vestir los caros e incómodos calzones que utilizaban aristócratas y la alta burguesía durante el siglo XVIII aunque, eso sí, los utilizaron en su propio beneficio para, luego, dejarlos tirados en cuanto pretendían mejorar sus condiciones de vida. Lo que estos burgueses olvidaron muy pronto es que, no muchos años antes, ellos también eran “vil chusma” para la aristocracia dominante.

Ya desde comienzos de la era de los sistemas representativos se mantuvo la asimetría que proviene desde los lejanos tiempos del Neolítico o poco después entre las dos piernas mencionadas al principio y, curiosamente, esta asimetría ha hecho que a lo largo de toda la Historia, excepto en alguna ocasión desperdigada en el espacio y en el tiempo, la pierna del trabajo fuera mucho más corta y delgada a los ojos de los contemporáneos que la del capital –se llame como quiera llamarse a la posesión de los medios de producción en los diversos lugares y épocas-. En realidad lo que siempre ha funcionado han sido las teorías de Hobbes según las cuales el Estado se hace más fuerte a medida que crece la fuerza de los más y siempre lo hace en su contra por cuanto, y ésta ya es una aportación mía, el Estado lo forman y han formado desde su nacimiento, las clases posesoras, al resto, es decir, la gran mayoría, sólo se la ha permitido existir para ser sus sirvientes y que ellos no tuvieran que mancharse las manos. No de otra forma puede entenderse la actual política de los gobiernos, muy en especial del español que es el que tenemos más a mano, según el cual hay que salvar a España –la patria, el estado o lo que quiera cada cual- a costa de los españoles. Así, mientras disminuye los presupuestos generales en 27.000 millones de euros especialmente en sanidad, educación, infraestructuras, servicios sociales, etc, aparte de una nueva ocurrencia a la semana siguiente de disminuir los gastos sanitarios y educativos en otros 10.000 millones, le da a Bankia más de 23.000 millones a la vez que el ministro que se cayó de un guindo dice que para los bancos habrá todo el dinero que haga falta… O sea, que España es la banca y cualquier otra gran empresa en peligro, el resto nos tenemos que sacrificar en aras de esa entelequia llamada España como si fuésemos parte de una enorme hecatombe…

Se me podrá argüir que, desde comienzos del XIX, hubo importantes luchas de los trabajadores contra los capitalistas, que en lo que hoy denominamos mundo occidental, las condiciones materiales y hasta espirituales de las clases trabajadoras han mejorado considerablemente y no seré yo quien diga lo contrario. Seguramente cualquier trabajador de los inicios de la Revolución Industrial y aún mucho después, hubiera querido vivir como lo hacen hoy sus homólogos pero es eso, las clases trabajadoras del mundo occidental porque, si ha habido algo que no han comprendido las teorías marxistas, anarquistas ni de otras corrientes es que ese bienestar conseguido no lo fue ni gratis ni a costa de los capitalistas. Aquel siglo largo que media entre el final de las guerras napoleónicas y el final de la Segunda Guerra Mundial [1815-1945] son los decenios del imperialismo, aquellos años en que, principalmente las grandes potencias europeas pero también USA y Japón, se hicieron con el control de Asia y África a la vez que dominaban económicamente América Latina y fue la explotación inmisericorde de esas vastas regiones la que posibilitó que los capitales fueran cada vez más grandes y el nivel de vida de los europeos occidentales, estadounidenses y japoneses entre otros se beneficiaran de las migajas que dejaban los burgueses siguiendo las teorías de A, Smith.

Sólo durante tres décadas –los años ‘50 ’60 y ’70 en líneas generales- los altos impuestos de las sociedades occidentales junto a las primeras y únicas medidas efectivas que hasta el momento se han dado al antiguo mundo colonizado, consiguieron que algunos países comenzaran a salir del enorme bache en que las políticas colonizadoras las habían hundido.

Pero poco dura la alegría en casa del pobre. Incluso antes de terminarse la década de los ’70 las políticas salvajes neoliberales del FMI impulsadas por las teorías de la Escuela de Chicago –en Chile y luego en toda Hispanoamérica los denominaron Chicago Boys incluso a los nacionales dado que todos se habían formado al amparo de Milton Friedman, máximo gurú de esa escuela- comenzaron a imponerse en todos los países tercermundistas si querían recibir “ayudas” de tal Fondo y, a la vez, se comenzaba a hablar y escribir en los medios contra los perjuicios que a la economía suponían los altos impuestos a las empresas y a las grandes fortunas y algo similar respecto a las regulaciones estatales de la economía puestas como freno a la expansión económica y eso en un mundo en el cual casi todos, ricos y pobres, veían cómo mejoraban sus estándares de vida pero los primeros nunca se ha sabido explicar excepto por una teoría: la codicia de los ricos pues es evidente que, desde la llegada de Reagan al poder, el pensamiento único neoliberal se ha ido imponiendo en todos los sectores cual si de una nueva religión se tratase (al fin se basa en creencias no en demostraciones empíricas) en todos los sectores especialmente en un mundo en el cual no existe libertad de información y no existe porque unos pocos medios controlados aún por menos sociedades, se han repartido todo el pastel de la información al crear inmensos emporios con los cuales no pueden competir los medios independientes. Y es evidente que, aunque alguno de ellos quiera entrar en el desprovisto nicho de la izquierda, no existe ni ha existido desde hace lustros ni tan siquiera un periódico que pueda denominarse de izquierdas entendiendo por tal cualquier ideología que pretenda cambiar el sistema en beneficio de la inmensa mayoría de la población.

No voy a negar que existan periódicos tanto en papel como en el espacio virtual de internet que denuncian las enormes desigualdades que existen en nuestro mundo así como proponen reformas que, hasta en ocasiones, son radicales pero nunca la supresión del capitalismo. Sería ilógico que una empresa capitalista arrojara piedras contra el sistema que le da pingües beneficios… y, si no a la empresa, sí a los empresarios, directivos y ejecutivos.

Y, todo hay que decirlo, esto no se arregla con buenas intenciones. El capitalismo ya ha dado de sí todo lo que podía dar especialmente cuando ha estado controlado por los poderes emanados del pueblo… luego, con sus enormes campañas propagandistas y sus no menores sobornos de todo tipo, es quien controla a esos mismos poderes hasta el punto que han impuesto un sistema híbrido liberal-socialista: liberal cuando hay que repartir las ganancias y exigir desregulaciones y bajadas, cuando no supresiones, de impuestos; y socialista cuando hay que “repartir” las pérdidas entre el común de los ciudadanos –cada vez más, súbditos-. Es el axioma: “Yo gano, vosotros perdéis” tanto da si hay pérdidas como ganancias aunque, eso sí, siguiendo las tonterías –no, no me equivocado, no quería escribir teorías al menos en el sentido científico del término- de A. Smith, si hay ganancias y se encuentran de buen humor, es posible que nos dejen comer sus migajas porque, en la actualidad, nos están quitando cualquier posibilidad de sobrevivir con un mínimo de dignidad.